No cabe duda que
la función más importante de una invención que cristaliza en patente, o al
menos, la más solidaria, es la que nos lleva a concluir en que esta figura
pretende el avance del ser humano, el hacer más fácil su vida y el separar las
dificultades que nos impone la madre naturaleza.
¿Se podría concebir la vida en una ciudad sin
el semáforo inventado por Barnes en 1912 en Cleverland? ¿Sería la misma
nuestra vida sin la TV, inventada como sistema audiovisual en 1926 por el científico
británico Baird? ¿Y si Graham Bell no hubiera dado el primer paso en 1876 en el
mundo de la comunicación oral, con la figura del teléfono?
Pero es que este
desarrollo no tiene fin. Sabían que se está trabajando en la actualidad en
vacunas por inhalación contra el sarampión; en recargar el IPOD o el móvil con
un gesto de la mano; en un cóctel de camarones como
fuel sustitutivo de la gasolina o en una nariz electrónica para detectar
enfermedades renales…?
Lo triste de
alguno de estos inventos es que el creador no tuvo la prudencia de defender sus
derechos frente a tercero, lo que le habría hecho casi con toda seguridad
millonarios. La pregunta es: ¿cómo es concebible que haya aún inventores que no
se planteen el hecho de protegerse frente a otros menos geniales, pero no nos
engañemos, más listos que se benefician de aquellos?
Rafael Jiménez Díaz
Abogado y Agente de la Propiedad Industrial
Abogado y Agente de la Propiedad Industrial
FERNÁNDEZ-PALACIOS ABOGADOS
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